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lunes, 12 de enero de 2015

Jorge Luis Borges: "Carta a Enrique y Raúl González Tuñon" (marzo de 1928)

Razonar esta convicción de yrigoyenista es empresa fácil. Equivale a pensar ante los demás lo que ya ha pensado mi pecho. Yrigoyen es la continuidad argentina. Es el caballero porteño que supo de las vehemencias del alsinismo y de la patriada grande del Parque y que persiste en una casita (lugar que tiene clima de patria, hasta para los que no somos de él), pero es el que mejor se acuerda con profética y esperanzada memoria de nuestro porvenir. Es el caudillo que con autoridad de caudillo ha decretado la muerte inapelable de todo caudillismo; es el presente que, sin desmemoriarse del pasado y honrándose con él se hace porvenir.

Esa voluntad de heroísmo, esa vocación cívica de Yrigoyen, ha sido administrada (válganos aquí la palabra) por una conducta que es lícito calificar de genial. El fácil y hereditario descubrimiento de los políticos era éste: la publicidad, la garrulidad, la franqueza, provoca simpatía.

El de Yrigoyen es el reverso adivinatorio de aquel y es enunciable así: el recatado, el juramentado, el callado, es también simpático. Esa intuición ha bastado para salvarlo de las obligadas exhibiciones callejeras de la política.

Yrigoyen, nobilísimo conspirador del Bien, no ha precisado ofrecernos otro espectáculo que le de su apasionado vivir, dedicado con fidelidad celosa a la Patria. 
































Fuente: Jorge Luis Borges: "Carta a Enrique y Raúl González Tuñon" (marzo de 1928) en "Yrigoyen y la Gran Guerra" de Carlos Goñi Demarchi, José Seala y Germán W. Berraondo. 

Y recorte del Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes, Diario Crítica del 20 de diciembre de 1927. Aporte de Sergio Fausto Varisco ex Intendente de Paraná (1999-2003), ex Diputado Nacional (MC). 

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