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viernes, 24 de octubre de 2014

Moisés Lebensohn: "Línea Combatiente" (25 de abril de 1953)

Señores Convencionales:

Si fuera necesario acreditar ante la conciencia del mundo, mediante un testimonio gráfico e irreversible, la presente situación argentina, bastaría describir este cuadro. He aquí, delante de nosotros, los escombros que trajo la barbarie argentina revivida en el Régimen que humilla la nacionalidad. Y he aquí también, bajo el mismo techo, la Unión Cívica Radical, expresión civil y viríl de la conciencia argentina, dispuesta a restaurar las condiciones de libertad que constituyen la dignidad y el decoro del hombre.

El precio de la sangre
Nunca mejor que en estos momentos podremos iniciar nuestras deliberaciones bajo el eco de las notas de nuestro himno. El habla de la larga lucha, que no nace con el nacimiento de nuestra patria, sino que se remonta a miles de años atrás, cuando el primer hombre comenzó a erguirse contra el despotísmo para afianzar la dimensión y la latitud de sus derechos.
En un desfiladero, alguien tenía un garrote para imponer su ley -la ley de la fuerza, del poder-, y alguien, nuestro antepasado primitivo y remoto en la lucha por la libertad, se irguió sobre sus dos plantas y afirmó su derecho a ser, él, una criatura humana. Han pasado millares de años, todo el tránsito de la historia. Y cada sector de esa libertad, que constituye el decoro del hombre contemporáneo, se conquistó al precio de la sangre y del sufrimiento de generaciones íntegras.
Nadie conoce el nombre ni el pensamiento concreto de los primitivos en la lucha que nosotros representamos en esta hora grave de la vida argentina. Sin embargo, paso a paso, en todo el desarrollo de esta hazaña histórica que es la conquista de la libertad, se fueron jalonando los triunfos y las derrotas, y gracias a ellos advino un mundo humano; un mundo del siglo XX, un mundo en que la criatura humana estaba protegida en sus fueros y revestida de todo lo que constituye la dignidad de nuestra época.
El hombre, trabajosamente, al cabo de siglos, fue elaborando las estructuras sociales, políticas y económicas que lo liberaban de la coacción y de la fuerza. El ingenio del hombre libró durante esos siglos la lucha para resguardar la libertad de conciencia, y logró que el alma, la tierna alma naciente del fruto de sus amores, se realizara conforme a la ley de su hogar, y no conforme a la imposición del poder.
¡Cuántas gentes murieron en el cadalso! ¡Cuántos fueron quemados en la hoguera!
¡Cuántos perecieron en guerras seculares para afirmar los principios de la libertad de conciencia!
Nosotros somos los merecedores de ese patrimonio. Y he aquí que en la Argentina la lucha de nuestros antepasados remotos por dar libertad al espíritu del hombre, se está frustrando. Y he aquí que estamos nosotros para responder a la sangre y a la memoria de nuestros antepasados y para recrear las condiciones de la libertad de conciencia.

La división del poder.
El ingenio del hombre fue dividiendo el poder. No quiso que el estuviera concentrado en la sola mano del discrecionalismo, que representa la manifestación concreta del régimen despótico. Quiso que hubiese un cuerpo que sancionase las normas que rigen la vida colectiva, y que hubiese otra entidad de derecho público que aplicase esas normas, y que hubiese otra, en fin, cercana en magnitud a la divinidad misma, que se encargara de dar a cada uno el sector de justicia que le corresponde. Y así el hombre dividió los poderes.
Y he aquí que en la tierra argentina todos los poderes han sido resumidos en una sola persona. Existe un Poder Legislativo, pero es la ficción y el fantasma del Poder Legislativo, porque no es más que el ejecutor de las órdenes del Ejecutivo. Existe un Poder Judicial -ese poder que he señalado como cercano a la divinidad misma, porque debe proteger nuestra vida, nuestro honor, nuestro nombre, todo nuestro ser-, pero ese poder, que los hombres deben desempeñar como un sacerdocio, está ligado, vinculado, subordinado para los más viles menesteres de la represión, a las decisiones del Ejecutivo.

El resguardo institucional de la libertad.
El hombre no se conformó con dividir los poderes. Quiso que hubiese muchas entidades de derecho público y concibió, dentro de nuestro sistema institucional, que frente al poder nacional, en cada sector de la vida argentina, hubiese una unidad histórica resguardada en su autonomía política y en su autonomía económica. Y el hombre reconoció las provincias e instituyó el régimen federal. Y dentro de cada provincia, quiso también que se dividiesen los poderes, porque en ese balance y en esa limitación residía la libertad del hombre.
Y no se conformó con esto. En su lucha de siglos concibió que hubiese otra entidad apegada a él; el poder municipal. Quiso que en cada sitio existiese una autoridad local que fuese expresión del pensamiento y estuviera ligado a su propia vida; e incluso dividió esa autoridad en tres sectores -un legislativo, un ejecutivo y aun un judicial- porque así garantizaba la libertad.
Y quiso por encima de todo eso, que rigiesen normas escritas capaces de movilizar los esfuerzos de todos los individuos que actuaran concertadamente, conforme a los principios que constituyen la ley de la nacionalidad. Y sancionó todos los códigos que prescriben las reglas fundamentales de nuestro derecho positivo.
Y no se detuvo allí. Quiso también que en la base de su organización estuviese la conciencia pública, el país, el hombre, vigilante, atento, actuando como recipiendario de todas las impresiones, escuchando todos los juicios y decidiendo, con los plebiscitos cotidianos de la opinión pública, cuál debía ser la marcha de todos los organismos que había previsto y creado el ingenio humano, a través de los sacrificios de millares de años, para liberar esa cosa frágil y tan falible que es una criatura humana.
Y todo eso, compatriotas, ha perecido en la tierra argentina. No existe división de poderes, ni federalismo, ni vida comunal. No existe la constitución, porque su vigencia ha sido suspendida y actúan poderes de guerra emplazados contra los propios nacionales, cuya libertad es superior y anterior a la constitución. No existen las corrientes vivificantes de la opinión pública, porque la prensa ha sido monopolizada por el Régimen y los medios técnicos de expresión del pensamiento popular están cancelados.

La lucha por los ideales de la nacionalidad.
Estamos los argentinos como hace miles de años. Un desfiladero, la fuerza bruta, y un hombre que se pone de pie para iniciar esta marcha eterna hacia la liberación y la expansión de la dignidad humana.
Este es nuestro papel, el altísimo papel que está desempeñando la Unión Cívica
Radical. Yo no veo ya la bandera de nuestro partido con los colores del 90. No la veo siquiera con los colores que en nuestras Provincias encabezaban las columnas revolucionarias del 93, colores que aun permanecen en nuestros distintivos para señalar nuestra militancia política. Los olvido, diluyo esos colores y no veo más que la bandera de la nacionalidad.
La Patria no existe. En cualquier otro sitio la Patria puede ser una mera expresión geográfica, pero en la Argentina es, no una porción de tierra, sino un contenido moral y un sentido histórico ligado a la idea fundamental de la libertad. Los forjadores de nuestra nacionalidad no quisieron crear un país más. Cuando el Gran Libertador descendió con sus tropas en las playas de Pisco, dijo una frase que es el lema de los argentinos: «Nuestra causa es la causa del género humano». Argentina se concibió como ámbito que sirviera de base a esta Patria del género humano.
Nosotros estamos en la lucha y en la pelea por realización de los fines y los ideales de la nacionalidad. Nuestra bandera en este momento es la bandera de la República y quienes se alzan contra el sentido de libertad y contra los contenidos profundos que dieron nacimiento a nuestra Patria, son perjuros del sentimiento de la Argentina.

La cita con el destino.
Esta de ahora tiene un sentido superior a la lucha de la emancipación nacional.
Nuestros predecesores pelearon contra las presiones del despotismo que habían nacido en tierras extrañas, cuando aún reinaba en el mundo una concepción política que no era concepción política elaborada durante siglos, pero implantada después, con el sufrimiento y la esperanza de los hombres. Los que ahora quieren recrear el despotismo son, desgraciadamente, los hombres en este suelo y en este siglo, cuando cabría esperar que nuestro país cumpliera su cita con el destino alumbrando la esperanza de todos los desvalidos de libertad en el mundo, y no negando ni clausurando de este modo las más altas vivencias de la historia argentina.
Argentina ha tenido una cita con el destino. Vivimos el momento de la crisis de la conciencia argentina y de la conciencia universal. Hay una gran rebelión en el mundo. El proceso, que se inicia en América con la emancipación, alcanza hoy a los pueblos extendidos sobre todas las latitudes. Allí, en África y en Asia, cientos de millones de hombres que estaban relegados a una condición subhumana, ganan su independencia y cumplen un siglo después que nosotros la gran lucha por construir unidades nacionales. El mundo debate la contextura del futuro, hace crisis un sistema económico y se alzan dos grandes banderas. Una es la bandera que pretende afirmar las libertades políticas en el mantenimiento del régimen colonialista que, para satisfacer las necesidades del imperialismo económico, condena al sufrimiento a millones de criaturas humanas, que son tan hombres como nosotros pese a la distinta pigmentación de su piel. Y hay también otra bandera, que pretende instaurar una economía al servicio del hombre, pero en abominación de las libertades políticas y civiles, sin las cuales la vida no merece ser vivida.
Frente a la fuerza económica del privilegio y frente a los zares rojos del Kremlin,
Argentina tenía una cita con el destino. Desde aquí debió lanzarse una gran bandera para la humanidad: la economía al servicio de los hombres, los pueblos libres, las nacionalidades realizándose en plenitud y hermandad, y la Argentina peleando como un adalid de la conciencia universal para impulsar esta marcha del mundo.
Pero, para desgracia nuestra, en el momento de nuestra cita con el destino, he aquí que las estructuras del Estado argentino están en manos de hombres que no sienten el ideal nacional de dignificación de la criatura humana, que están manejando tendencias e ideales extraños al sentimiento nacional, que hablan de Estado potencia y pretenden someter a los pueblos hermanos a la dictadura y a los desvaríos de quienes detentan la cosa pública argentina. Y así están naufragando las grandes banderas. Y así se están quemando las grandes etapas. Y así Argentina está violando los sueños de los fundadores de la República y desertando de la que nuestro gran conductor -Hipólito Yrigoyen- señaló como función eminente de la Unión Cívica Radical y de la Argentina misma: la construcción del mundo de mañana.

Integración latinoamericana.
Debemos encabezar la marcha del continente americano. Para liberarnos de los procesos de la opresión económica, necesitamos integrarnos en una unidad económica con los países vecinos. Pero, con un régimen como el actual, ¿cómo puede la Argentina realizar este proceso de integración económica, si la integración económica está vinculada a la integración espiritual? ¿Cómo los hombres de estos países, que ven y que conocen mejor que nosotros los padecimientos de nuestra tierra, pueden aceptar conexiones íntimas y profundas con nuestra economía, si por ser nosotros el país más fuerte entre los países vecinos, habrían aquellos de caer también en condiciones de dependencia espiritual frente al régimen antiargentino y antiamericano que, levantándose en las orillas del Plata, pretende extender sobre las naciones hermanas, no ya el predominio de su economía, sino hasta el predominio de su concepción antinacional de la vida?
Y cuando era llegado el momento de lograr la vinculación profunda de nuestras economías, y de crear un gran mecanismo gracias al cual nuestro país y los países vecinos pudieran enfrentar la crisis mundial con las fuerzas de una economía potente, he aquí que la negación de los ideales argentinos debilita el papel americano de nuestro país y frustra, quizá por esta generación, el cumplimiento de una gran aspiración que lanzada por Bolívar, constituye uno de los grandes objetivos de la Unión Cívica Radical: la unión de los países latinoamericanos, para que ellos, organizados sobre la base de la comunidad espiritual y de una comunidad económica al servicio de la dignidad del hombre, creen un subcontinente en el que la esperanza del nuevo mundo tenga asiento y su expresión, y donde se reflejen las ilusiones, la dicha y la fe de todos los desvalidos de la tierra.

La economía desarmada.
Las grandes frustraciones no consisten sólo en esto. El país esperaba una profunda reforma agraria. Y basta dirigir la mirada hacia el campo: Una economía desarmada y el mantenimiento del régimen de injusta e irracional distribución de la tierra. Muchos hombres dejaron sus hogares ante la privación económica creada por los mecanismos del Régimen y afluyeron hacia las grandes ciudades. Por cada latifundio que se ha dividido, como expresión homeopática destinada a la propaganda, se han recreado varios latifundios que son el patrimonio donde vierten sus capitales los oligarcas de nuevo cuño, nacidos al abrigo de las ventajas proporcionadas por el régimen. Y he aquí que nuestros campos despoblados están esperando la realización de su gran esperanza.
Si dirigimos la mirada al contorno industrial de Buenos Aires -centro de la
macrocefalía que destruye la armonía de la vida argentina-, en el que se suman seis millones de habitantes, vemos el quebrantamiento de una industria, que no se realizó sobre bases serias, sino como una empresa de aventura.
En los años de prosperidad, del 47 al 49, aumentan los salarios y suben los índices de nivel de vida. Pero, debido al proceso de inflación, los hombres no pueden invertir sus economías en el ahorro, que constituye el depósito de las épocas florecientes. Y tampoco pueden levantar su casa, su hogar, porque las condiciones de la edificación de viviendas están perturbadas en la Argentina por el desarrollo fantasioso del programa de construcciones oficiales. Los hombres apenas si pueden comprar las pequeñas cosas que sirven para ornar su vida. De este modo, al abrigo de la necesidad inmediata, se forma una pequeña industria de quincallería, en la que trabajan 200, 300, 400 mil hombres. No es la industrialización seria, recia, que exige el país. Creada sobre el sacrificio de todos los argentinos, es una industria oportunista, porque sus capitales provienen del dinero emitido por el Banco Central y de los préstamos del Banco Industrial. Y ahora, esa industria, que ya no puede vivir y que se está extinguiendo lentamente, plantea un dramático problema: el problema de la reconvención del trabajo de esos 200, 300 o 400 mil hombres, de ese millón de habitantes de Buenos Aires, que tendrán que marchar hacia el campo o trabajar en nuevas industrias cuya creación no se advierte como será posible en el estado de depresión económica y social en que se sume el país.
Esta es la gran crisis que afronta la Argentina. No existe una industrialización seria. El Radicalismo no se opone a la industrialización. El ansia como proceso indispensable para el logro de la emancipación económica argentina. Pero nuestra industrialización tiene que apoyarse sobre dos bases fundamentales: transporte y la autosuficiencia energética.
Si examinamos el problema del transporte, encontramos que existe una crisis profunda de estructura, derivada no de la nacionalización de los ferrocarriles, sino de la
peronización de los ferrocarriles, que ha subvertido su organización interna, que ha entregado los puestos de comando a militantes políticos y que ha privado a la red ferroviaria del necesario proceso de renovación mediante la incorporación de nuevas máquinas, porque las divisas que constituyen la garantía del poder adquisitivo argentino en el exterior, fueron despilfarradas por un Régimen que no tenía vueltos los ojos al país.
Y si dirigimos la mirada hacia la energía, comprobamos que la provisión argentina de combustible ha disminuído y el aprovechamiento integral de la energía hidroeléctrica  que debió realizarse con carácter de epopeya- apenas se encuentra en su comienzo. El país, en consecuencia de ella, ha tenido que intensificar su importación de combustibles, al extremo de que el año pasado debió invertir más de mil millones de pesos en comprar el petróleo y el carbón de piedra indispensables para el sostenimiento precario de su industria y de su energía termoeléctrica.
La nacionalización de los yacimientos de petróleo, esa bandera radical que concibió Yrigoyen con acierto preciso y visión clara de las necesidades del porvenir, fue arriada en 1930, cuando el gobierno nacional cayó por la acción de columnas militaristas de las que formaba parte el actual Presidente de la República, quien acaba de confesar esta verdad en un momento de desconcierto y desasosiego. Y continúa arriada. Desde 1930 hasta ahora, en los yacimientos de petróleo argentino no está la bandera de nuestra Patria, sino las banderas extranjeras, que marcan el sometimiento del combustible básico para el desarrollo nacional a las exigencias y a los intereses de los grandes monopolios internacionales.

Una mano tendida hacia los trabajadores.
Este proceso se integra con el sometimiento de los sindicatos. El señor Presidente de la República acaba de dirigir su palabra a un grupo de militantes sindicales, pretendiendo enlazar la suerte del sindicalismo argentino a la suerte del Régimen que él encabeza.
Saben los trabajadores argentinos que en los gobiernos de la Unión Cívica Radical existieron las garantías, el aliento de la organización sindical y el impulso de todas las fuerzas políticas de la República, necesarios para asegurar el pleno desarrollo de sus defensas profesionales.
Saben los trabajadores argentinos que éste es el partido de Hipólito Yrigoyen, quien supo gobernar con una mano puesta sobre el libro de la Constitución, para cumplirla y hacerla cumplir, y la otra extendida para estrechar la mano cálida de todos los trabajadores de nuestra tierra.
Saben los trabajadores que éste es el partido en cuya lucha se expresan todas las reivindicaciones sociales y económicas de la nacionalidad. Cuando nuevamente gobierne la Unión Cívica Radical, los sindicatos argentinos serán más fuertes que nunca. No dependerán del poder político. Podrán visitar al Presidente de la República de igual a igual, como la expresión del poder sindical, sin que el Presidente de la República elegido por la Unión Cívica Radical jamás pretenda uncirlos ni someterlos al vilipendio de ninguna expresión de baja política.
La Unión Cívica Radical no dice que va a respetar las actuales conquistas otorgadas a los sectores obreros, porque ellas están colocadas sobre las bases falibles de un régimen monetario que se maneja de acuerdo con los caprichos del poder. La Unión Cívica
Radical va a crear las condiciones sociales y económicas de fondo para que el trabajo argentino tenga posibilidades de plena redención, y para que la economía argentina esté al servicio, no de los poseedores, sino de las exigencias del desarrollo nacional y del bienestar.
Saben los trabajadores argentinos que nuestras «Bases de Acción Política» enuncian un derecho que es para nosotros un compromiso de observancia ineludible. Los queremos a ellos, a los trabajadores, actuando en el primer plano de la conducción de la economía, es decir, no sólo beneficiándose con la participación en las utilidades, sino también interviniendo en la codirección de todas las empresas. De esta manera los hombres del trabajo emergerán de la supeditación en que hoy se encuentran, por no disponer de los medios de producción, y estos últimos serán puestos al servicio de la República y al servicio de la condición humana de todos los habitantes del país.

La vida del hombre argentino.
Estas no son meras palabras. Estos no son compromisos de carácter electoralista.
Esta es la historia vivida y sufrida por los hombres de la Unión Cívica Radical en una larga lucha que tiene más de sesenta años. Esta es nuestra prédica sacrificada y éstas son las banderas que hemos sostenido con sangre de nuestros corazones. Nosotros no hemos esperado estar en el gobierno para defender esta causa, ni la defendemos tampoco por pertenecer a un sector social determinado. La defenderemos porque nuestra bandera suprema es la vida de los hombres. Queremos que todo en la Argentina -economía, estructura social, estado político- esté subordinado a la vida del hombre argentino como supremo objetivo, como finalidad suprema de la existencia nacional.

Somos una permanencia histórica.
Con estas grandes banderas enfrentamos el retorno del despotismo, que está delante nuestro en expresiones y en actos que revelan la ausencia de toda serenidad.
Frente a la tentación del odio, frente al mandato de la violencia, la Unión Cívica Radical responde con serena y reflexiva energía. Si nos lanzáramos a la contestación del ataque, desataríamos la guerra civil en la vida argentina. Si fuéramos un episodio transitorio, podríamos disputar esa guerra civil. Pero nosotros somos una permanencia dentro de la vida argentina. Cuando no exista sino el recuerdo de estas épocas nefastas, estará la Unión Cívica Radical como contextura y la estructura fundamental de nuestra Patria.
Porque representamos una comunidad histórica, tenemos que cuidar la solidaridad, la unión, la concordia entre los argentinos. Debemos fortalecer los vínculos que pueden arraigar en nuestra Patria, y no los factores de disociación, de humillación, de persecución que pueden debilitar a la Argentina en el concierto interno y en el orden internacional. Por eso dirigimos un llamamiento supremo. ¿Cómo es posible que se hayan extinguido hasta el último reflejo de patriotismo en los hombres que tienen la responsabilidad de la conducción del país? Al plantear este angustioso interrogante no me refiero sólo al Presidente de la República. El Régimen actual se ha apartado del derecho y ha colocado los poderes del estado en el terreno de la fuerza y de la violencia. Quienquiera represente una fuerza en el país tiene la responsabilidad de este trágico momento argentino.
La Unión Cívica Radical no conspira, porque su prédica, su posición y su historia no la vinculan a episodios que necesiten disimularse en las sombras de la noche. La Unión Cívica Radical cumplirá su deber serenamente, reflexivamente. Aunque se cierren los caminos, esta fuerza histórica sabrá realizar todos los sacrificios que sean imprescindibles para que de la tierra argentina no desaparezcan los caracteres, ni los símbolos ni los fines que dieron origen a la nacionalidad. Lo hará seria y responsablemente, porque la Unión Cívica Radical, cuando asumió la suprema responsabilidad de la protesta armada, supo hacerlo, no en las sombras de la noche, sino por la acción valerosa y pública de sus autoridades constituidas, como ocurrió en todos los episodios históricos que jalonan su trayectoria cívica.
Somos una comunidad política al servicio de la nacionalidad. Estamos armando nuestras filas, armando nuestra moral. Y podemos mirar hacia adelante con fe en el porvenir. Porque nosotros tenemos fe en nuestro papel y en el hombre argentino. Hasta en el hombre argentino que cree ser nuestro adversario. Sabemos que nos bastará acercarnos a él y estrecharnos contra la palpitación de su corazón, para que él se sienta radical como nosotros. Como nosotros nos sentimos, junto con él, parte necesaria para la realización de la Patria.

Las tareas urgentes.
Tiempos nuevos imponen nuevos deberes. El Radicalismo no es una fuerza política. Es una fuerza nacional.
En nombre de las angustias del hombre contemporáneo, los poderes fascistas tomaron la conducción del Estado, exactamente en la Argentina como en Europa, y su primera tarea, una vez que el hombre hizo la opción, la misma opción del 24 de febrero, entre la libertad y la justicia social, fue incomunicar totalmente a los seres humanos.
Cada hombre está aislado en sí mismo y sólo tiene conexión con los centros del poder. Nuestra tarea inmediata, urgente, candente, consiste en recrear los vínculos que permiten a los hombres comunicarse entre sí. Este es uno de los grandes papeles de la
Unión Cívica Radical. Su primera tarea es el acercamiento de los argentinos, cada uno de los cuales constituye un mundo apartado. Hay que ligarlos entre sí. Tenemos que extender vertiginosamente la organización partidaria a lo largo y a lo ancho del país. Tiene que haber, en cada centro de población urbana o rural y en cada barrio de cada ciudad, una organización representativa de nuestra función nacional. Tiene que haber en cada actividad social una organización del partido. Tiene que haber, dondequiera que las personas convivan en la comunidad del trabajo, un hombre que esté vinculado a la organización del partido, para que, en el momento de la gran crisis que pueda avecinarse, no dependamos de la restricción ni de la supresión de los medios de comunicación, sino que estemos ligados en el conocimiento, en la información, en la decisión de los organismos que el partido tiene que crear, como deber imperioso, en esta época.
Y tenemos que tener presente otra consigna fundamental, que a veces olvidamos explicablemente.
Estos fenómenos de regresión, esta reaparición del despotismo, se viste con ropaje moderno y toma como cobertura los sufrimientos y las esperanzas de los hombres del trabajo. Ellos no creen que en la democracia puedan realizarse la eliminación de sus angustias. Tenemos que probar, con todos los medios posibles, cómo en la democracia puede construirse un deseo muy humano de justicia y de respeto para la condición de los hombres, afirmándose entre todos los sentimientos el de la libertad. Si nosotros no cumplimos esa tarea y nos dejamos sobrellevar por la apariencia ventajosa de ciertos aliados circunstanciales, habremos incurrido en la peor deserción, y habremos favorecido, en el terreno en que el régimen ansía más, las aspiraciones del sistema que está humillando a la Argentina.
Nuestra lealtad con los hombres del trabajo, nuestra claridad doctrinaria, nuestra penetración en los puntos de vista para la construcción de un mundo, de un mundo mejor en la Argentina, son condiciones fundamentales para la victoria. Tenemos que ligar nuestra lucha por la libertad a la lucha por la supresión de las causas de fondo que trajeron ésta y las anteriores dictaduras: la pobreza, la incultura, la falta de desarrollo económico y social, la gravitación de los factores nacionales e internacionales del privilegio. Estos son nuestros enemigos, porque detrás de esos enemigos de fondo aparecieron las expresiones políticas del conservadorismo pasado y del fascismo presente, que están rigiendo la vida argentina.
Tenemos que eliminarlos de cuajo y para siempre, combatiendo no sólo sus consecuencias, sino también las causas que las provocaron, y creando las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales de una auténtica democracia con hondo sentido humano. Este es el gran papel de la Unión Cívica Radical.

La unidad nacional.
Yo quisiera terminar. Pero antes me siento en el deber de señalar, como causa profunda de nuestra acción, la necesidad de lograr la unidad de nuestra Patria, proclamada y reclamada siempre por el Régimen.
Hay dos tipos de unidades nacionales, dije ya alguna vez. La primera es la unidad que implica el sometimiento de todos los hombres a la voluntad del poder. La unidad nacional de Hitler: un pueblo, un Estado, un conductor. La unidad de Mussolini: una multitud aborregada, ocho millones de camisas negras, un hombre que habla desde un balcón creando un imperio artificioso. La unidad nacional de Rosas: las cartas encabezadas por un lema, un cintillo en todos los pechos, un luto en todos los sombreros.
Y hay otra unidad nacional. La unidad nacional de las grandes democracias contemporáneas, que nace de la convivencia armónica, del amor fraterno a ideales que son expresión del genio nacional. La unidad nacional de Inglaterra, que peleaba contra las fuerzas del mal y soportaba estoica la agresión de los Stukas y de las bombas Zeta, en tanto que su parlamento deliberaba y demostraba, en su vivencia de la libertad, cómo las instituciones de ese pueblo admirable, aún en ese momento, estaban funcionando con regularidad, al tiempo que realizaba una profunda reforma en las condiciones de la vida social inglesa. La unidad nacional del pueblo norteamericano, que, mientras enviaba millones de sus hijos a morir en los campos de batalla de Europa y desplegaba el máximo de esfuerzo en sus fábricas, poniendo en tensión toda su economía, realizaba elecciones, discutía y debatía en comunidad todos los problemas de la República.
Escoja el Sr. Presidente la unidad nacional que quiera para la Argentina: la unidad nacional de la humillación, del aplastamiento de todas las circunstancias, del arrasamiento de todas las voluntades libres, o la unidad nacional que constituye la grandeza y el honor de los pueblos que marcan la máxima excelencia de la civilización contemporánea. Nosotros tenemos tomada nuestra posición. Queremos la unidad que nace del respaldo de todas las opiniones de la vivencia de los ideales que dieron forma y sentido a nuestra nacionalidad.
Pero advierta el Presidente de la República cuál fue el final trágico y azaroso de todos los regímenes que quisieron fundar la unión sobre la fuerza. Recuerde cuál fue el final del dictador de Alemania, cuál fue el final del dictador de Italia, cuál fue el final del dictador de la Argentina. Si traemos este recuerdo, no es con un carácter personal. Frente a los grandes procesos históricos, la suerte de un hombre poco interesa. Pero para que cayera Hitler, Alemania tuvo casi que perecer, y en cada casa, semidestruída, una cruz negra tuvo que recordar que uno de sus hijos entregó su vida por los desvaríos de quien detentaba la suma del poder.
No alzamos palabras fuertes, alzamos palabras firmes.
Nosotros luchamos por el sentido argentino de la vida, con fé profunda en nuestra causa y con una decisión inquebrantable. Mientras el Régimen revela su impotencia, no puede gobernar sino por la fuerza, y no se atreve a enfrentar un sólo acto público de la
Unión Cívica Radical, nosotros estamos más serenos y seguros que nunca. No alzamos palabras fuertes, alzamos palabras firmes, porque la nuestra es una decisión que proviene de la historia y del convencimiento de que estamos cumpliendo un deber superior a nuestras vidas y un mandato que viene de más allá de las tumbas de nuestros antepasados.
Trabajaremos, lucharemos y sufriremos juntos, compatriotas radicales, compatriotas argentinos. El esfuerzo no será estéril. De ese sacrificio está naciendo una vida nueva. Todo parto es laborioso, demanda sangre, requiere sufrimiento. Ahora está produciéndose en la Argentina el nacimiento de la Patria soñada, siempre irrealizada, de la Patria que nosotros legaremos a nuestros hijos como una esperanza para toda la humanidad.

Lucha Integral en Todos los Frentes






















Fuente: Discurso pronunciado por el Dr. Moisés Lebensohn en el seno de la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical, el 25 de abril de 1953. 

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